Igualdad salarial en el futbol. Bitácora de Guerra por Hannia Novell

El inicio de la fiesta del futbol mundial es la ocasión para mirar, desde una perspectiva de género, las justas deportivas.

Mientras la FIFA ha organizado un total de 19 Mundiales donde los protagonistas son los varones, la Copa Mundial Femenina sólo lleva ocho campeonatos y la diferencia es más que numérica.

El número e inversión de los patrocinadores y la expectativa de la afición es significativamente diferente. Se estima que Qatar 2022 tendrá una audiencia superior a los 5 mil millones de espectadores. En cambio, en el Mundial femenino celebrado en Costa Rica en octubre de este año, el interés sólo alcanzó a mil millones de seguidores.

Un estudio realizado por Global Sports Salaries Survey estima que las jugadoras en la Liga Femenil MX tienen un sueldo promedio de 3 mil 700 pesos.

El dato es relevante si consideramos que el salario mínimo mensual es de cinco mil 258 pesos y, sobre todo, que los hombres en la cancha reciben un promedio de 643 mil pesos mensuales.

Las nóminas de algunos equipos del fútbol mexicano son tan robustas que se dan el lujo de fichar a grandes figuras y pagarles cifras exorbitantes.

Florian Thauvin, el delantero francés de Tigres recibe más de 111 millones de pesos al año; André-Pierre Gignac, también del representativo de la Universidad Autónoma de Nuevo León, percibe unos 96.3 millones de pesos; y el América le paga al portero mexicano, Guillermo Ochoa, alrededor de 91.2 millones de pesos al año.

Desafortunadamente, la brecha salarial también persiste fuera de las canchas de fútbol. Prácticamente en todos los ámbitos de la vida económica de México, las mujeres realizan el mismo trabajo que los hombres, pero reciben un salario menor al de ellos.

Por si eso no fuera suficiente, las mujeres deben cargar con una serie de estereotipos de género, jornadas de trabajo de cuidados no remunerado, violencia laboral y hasta la penalización de la maternidad.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la brecha salarial en México llegaba hasta el 54 por ciento en 2015. Para 2017, los hombres recibían en promedio un 34 por ciento más por hora trabajada que las mujeres. En 2018, la brecha salarial habría bajado al 13 por ciento.

Aunque desempeñamos las mismas actividades, ocupamos los mismos puestos y responsabilidades, y contamos con escolaridades similares, ellos ganan más que las mujeres porque en el sistema diseñado por el patriarcado, los hombres son quienes sostienen los hogares y son las cabezas de familia.

En el Congreso de la Unión una serie de reformas que eliminarían cualquier rastro de misoginia y discriminación en el mercado laboral, duermen el sueño de los justos.

En marzo de 2021, el Senado aprobó un paquete de reformas a 13 leyes para garantizar la igualdad salarial entre hombres y mujeres, que obligaba a los empleadores a identificar y justificar, ante las autoridades, cualquier diferencia injusta en las remuneraciones. Un año y medio después, la Cámara de Diputados no ha discutido el tema.

En julio del mismo año, la Comisión de Igualdad de Género de la Cámara Baja aprobó una iniciativa que reforma la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, para establecer que la política nacional en materia de igualdad deberá fomentar el pago de una remuneración igualitaria. El dictamen no ha sido discutido por el Pleno.

Seguiremos de cerca los afanes de la Selección Mexicana en Qatar 2022. Pero también estaremos pendientes de la actuación de las y los legisladores, los representantes populares que están obligados a atender las necesidades de una Nación que reclama igualdad.

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